Del cubo de la ropa sucia al armario:
Hoy quería hacer referencia al gran misterio del lavado de
ropa. ¿Qué hombre no se ha preguntado alguna vez cómo ocurre este milagro? Pues
bien, yo si me he hecho esta pregunta y no por ello tengo menos pelo en el
pecho.
Para los hombres todavía sigue existiendo esta incógnita,
pero con la madurez y la edad uno puede resolver este misterio. El problema es
cuando te toca afrontar este desafío. Lo primero que harás será quedarte
observando al enemigo. Al ver la complejidad del aparato, cogerás el móvil y
llamarás a tu madre para que te vaya indicando. Cuando por fin consigues
encender la lavadora y poner en marcha el programa pensarás que ya has
triunfado, pero esto es erróneo, no te hagas ilusiones.
A continuación abrirás la puerta de la lavadora (cuando haya
terminado el programa) y sacarás toda la ropa que estaba dentro, pero…
¡SORPRESA!, ahora tienes unos lindos calzoncillos rosas, los cuales antes eran
blancos. En el fondo no te importa porque has logrado lo que pocos hombres
consiguieron ante que tú ¡has puesto una lavadora!
Para finalizar, con las pocas energías que te quedan, vas a
obviar el hecho de tener que planchar la ropa y la colgarás, muy bien
extendida, encima de sillas, mesas y encimeras, dando un resultado un poco
mediocre.
¿Sorprendido? Acabas de aprender el proceso de la primera
lavadora y he sido yo el que ha resuelto el misterio. Pero no habría sido
posible si este verano no hubiese afrontado la aventura de poner mi primera
lavadora.
Todo hombre, después de poner su primera lavadora, se siente
enormemente agradecido hacia su madre, esposa o abuela, y nunca más dudará de
la inteligencia de la mujer, muy superior a la de los hombres en algunos casos,
aunque cueste admitirlo.
Santi D.B
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